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José María Buceta, psicólogo deportivo (http://chemabuceta.blogspot.com.es/)

14/05/2019

¿Mala actitud o bloqueo mental?

¿Mala actitud o bloqueo mental? La inesperada y abultadísima derrota del Barcelona frente al Liverpool (4-0) le ha dejado fuera de la Champions a pesar de la amplia ventaja que traía del partido de ida (3-0). Esta situación ha desatado multitud de comentarios críticos y explicaciones contundentes de quienes opinan con facilidad de todo y enseguida encuentran la clave y los culpables.

Entre las diversas críticas, algunos han apelado a la “falta de actitud” de los jugadores. ¿Falta de actitud en una semifinal de la Champions, un equipo que aspira a ganarla y ha demostrado ese deseo durante toda la temporada? No parece muy probable. Entonces, ¿cómo se explican esos errores de (supuestas) "falta de concentración" y "ausencia de echarle... energía"?

Con frecuencia se identifica una aparente pasividad y falta de concentración (colocarse a destiempo, reaccionar tarde, no llegar a los balones divididos antes que los contarios, perder el balón por no darse cuenta del peligro, etc.) con la falta de motivación o de actitud. Es un error grave. Es cierto que estas carencias conllevan un nivel de activación más bajo del que sería óptimo para rendir al máximo, y que esta activación baja se manifiesta con cierta pasividad y despistes, pero estos también pueden ser la consecuencia de un exceso de ansiedad. 

Al contrario que la falta de motivación o actitud, la ansiedad provoca un aumento del nivel de activación, pudiendo situarlo por encima (no por debajo) del nivel óptimo que favorece el mejor rendimiento. Cuando esto ocurre, se produce un estrechamiento de la atención (el jugador está como dentro de un túnel) que dificulta detectar los riesgos, reaccionar a tiempo y tomar decisiones acertadas. Aunque pueda parecerlo, no es por falta de concentración, sino por una capacidad atencional menor como consecuencia del exceso de activación. 

Además, el exceso de activación provoca un agarrotamiento muscular que perjudica la precisión;  y, asimismo, propicia bien un exceso de movilización de energía que se refleja en acciones impulsivas inapropiadas (faltas que no vienen al caso, querer solucionarlo todo de cualquier manera, exceso de individualismo…), bien una cierta parálisis que puede confundirse con pasividad, pero que en realidad no lo es. Es difícil acertar al cien por cien estando fuera del equipo, pero considerando la trascendencia del partido, lo que vimos allí parece relacionarse más con el exceso de ansiedad que con la falta de actitud. Más con el agobio, el bloqueo mental, el agarrotamiento y la parálisis que provocan el miedo a perder, que con la falta de suficiente interés y concentración.

Se ha recordado también un fracaso similar del año anterior, cuando tras ganar a la Roma en casa (4-1), el Barcelona perdió en la vuelta (3-0) y también quedó eliminado. Casi todos los protagonistas fueron los mismos y, con pequeños matices diferentes, la situación fue muy parecida y el desenlace, idéntico. Este antecedente debería haber servido al Barcelona para que esta vez, aprendida la lección, no le sucediera lo mismo, y probablemente, es algo que habrán tenido presente en la preparación del partido, pero... ¿Cómo? ¿Con qué efecto?

En estos casos, cuando el recuerdo se limita a destacar el batacazo sufrido, si en el partido presente las cosas se complican, como sucedió en Liverpool, lo más probable es que se active el miedo a que suceda lo mismo (es decir, que aumenten la ansiedad y los síntomas de parálisis). Sin embargo, el fracaso anterior puede resultar positivo si de verdad se analiza con rigor lo sucedido y se sacan conclusiones constructivas que, en lugar del miedo, activen su “antídoto”: la autoconfianza. La cuestión es si, en su momento (la temporada pasada tras el fracaso de Roma), se llevó a cabo dicho análisis dedicándole el tiempo y la profundidad que merecía una situación tan relevante (¿Qué hemos hecho bien y deberíamos volver a hacer si se presenta esta situación en el futuro? ¿Qué hemos hecho mal y deberíamos cambiar?). 

No me refiero a un análisis de los directivos para evaluar posibles fichajes, también necesario, sino al que deben realizar los técnicos y los jugadores, sobre lo sucedido en el terreno de juego. Es bastante probable, ya que suele suceder, que una vez aliviado el grave disgusto, en lugar de hacer ese análisis, técnicos y jugadores cambiaran con rapidez el “chip” para centrarse en los siguientes partidos, desaprovechando ese fracaso para poner las bases de un futuro éxito cuando las condiciones, como sucedió ahora, fuesen similares. Tal vez, aquello se tomó como una desgracia que no volvería a suceder, y se pasó página demasiado pronto. Suele ocurrir: un mal día, un mal partido, fútbol es fútbol… Ahí acaba todo.

Evidentemente, el análisis constructivo de lo sucedido la temporada anterior habría facilitado mucho la preparación mental para el partido de este año. ¿Cómo se ha preparado este partido? Es bastante probable que se haya recordado lo que sucedió en Roma para alertar a los jugadores y que no se confiaran. Eso está bien. También lo está, por ejemplo, que Valverde (el entrenador) diera descanso a la gran mayoría de los jugadores titulares en el partido de liga anterior al de Liverpool, dando así una señal inequívoca de que no había que confiarse y era necesaria la mejor artillería. Si el partido hubiera ido razonablemente bien, tal y como se esperaba, quizá habría bastado, pero al no ser así porque el rival también juega, lo más probable es que ese estado de alerta, en principio positivo, se convirtiera en miedo con las consecuencias señaladas.

La preparación psicológica de un partido como este requiere no sólo alertar, sino, además, anticipar los problemas que pueden plantear el adversario y el devenir del partido, así como concretar acciones para evitar o contrarrestar tales problemas. ¿Qué puede pasar si nos meten un gol muy pronto? ¿Cómo nos puede afectar? ¿Qué tenemos que hacer si eso ocurre? ¿Qué puede pasar si nos marcan un segundo gol y nos meten el miedo en el cuerpo? ¿Qué hicimos (o no hicimos) en Roma que ahora, si eso ocurriera, deberíamos cambiar? ¿Qué estrategia utilizaremos si eso sucede? Sin duda es más cómodo no pensar en los posibles problemas y refugiarse en querer creer que todo irá bien si uno no se confía, pero es más conveniente pasar por la incomodidad de anticipar lo malo que podría ocurrir y su posible remedio, que agobiarse, agarrotarse, bloquearse y cometer errores graves cuando las dificultades no previstas se presentan.

De nuevo aquí, se echa en falta la presencia de un psicólogo deportivo que colabore estrechamente con el entrenador (que yo sepa, el Barcelona no lo tiene; y si estoy equivocado, pido disculpas). Uno de los cometidos del psicólogo es detectar y estudiar las circunstancias de cada situación que, reduciendo o aumentando su nivel de activación, pueden afectar al funcionamiento mental de los jugadores; y, en base a esto, su función es asesorar al entrenador para que ponga en marcha las medidas apropiadas (mensajes, videos, decisiones…) que puedan influir favorablemente en el estado psicológico del equipo. La presencia del psicólogo no garantiza el resultado final, como tampoco lo garantizan el entrenador, los restantes miembros del staff o los propios jugadores (entre otras cosas, porque el adversario también juega), pero aumenta la probabilidad de controlar factores que, a veces con mucho peso, pueden influir en ese resultado final.

En el Liverpool parece que predominó la motivación excepcional del que, tras el primer partido, tenía mucho que ganar y poco que perder y, alentado por la pasión de su público, se lo jugó todo a una carta valiente. En estos casos, el peligro suele ser que esa motivación elevada provoca una activación muy alta, y esta favorece un estado de aceleración e impulsividad que finalmente conduce a cometer muchos errores.

No obstante, en esta ocasión, el equipo supo arriesgar sin suicidarse, predominando siempre una motivación alta pero controlada, seguramente gracias a una preparación que alimentó esa motivación no sólo desde el deseo, sino también anticipando problemas y potenciando la autoconfianza. Por el contrario, lo que parece que predominó en el Barcelona fue el temor a perder, a repetir el fracaso del año anterior. El contraste fue brutal; y el marcador final, consecuente. ¡Otra vez lo mismo! ¿Se puede aprender?

José María Buceta, psicólogo deportivo (http://chemabuceta.blogspot.com.es/)

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