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Gema Sancho, psicóloga y coach educativa, deportiva y laboral (https://gemasancho.com/)

15/10/2019

¿Qué daría por haberlo entrenado?

¿Qué daría por haberlo entrenado? Cuando aquella mañana Raúl se subió ilusionado al autobús que le llevaría junto al resto de su equipo al pabellón rival, no tenía ni idea de cómo se iba a sentir tan sólo unas horas más tarde. Había dormido poco pensando en el partido y no tenía muchas ganas de hablar, por lo que se sentó junto a una de las ventanillas y se dispuso a escuchar música con sus cascos.

Sabía que iba a ser un partido difícil. El rival no había perdido ni un solo partido hasta la fecha, y sus jugadores tenían fama de ser bastante duros en la cancha.

Ya en el vestuario, Raúl trató de matar ese gusanillo que le recorría el cuerpo a base de gritos de ánimo a sus compañeros y chocando las manos con ellos. Se sentía animado, con ganas de jugar… ¡y de ganar!

El partido se fue desarrollando sin demasiados incidentes, y al final del segundo cuarto el equipo de Raúl estaba (quién lo habría dicho) siete puntos arriba. Sabía que no era una diferencia demasiado amplia, pero ir ganado de siete a ese rival en concreto le parecía un sueño.

Sin embargo, al inicio del tercer cuarto el equipo contrario cambió su estrategia defensiva y comenzó a recortar diferencias. Pronto se habían vuelto las tornas y el equipo de Raúl perdía de 15. Esta reacción les había pillado desprevenidos.

Comenzaron las dudas y la desconfianza. Raúl se sentía inseguro. De repente no le entraba nada. No era capaz de concentrarse y no conseguía ver si alguno de sus compañeros estaba en mejor posición de tiro, así es que se arriesgaba…y fallaba.

Con cada canasta perdida aumentaba su nerviosismo y disminuía su paciencia. Le pareció que los rivales habían intensificado su agresividad en la pista y que los árbitros (siempre son ellos) estaban decantando el partido pitando sólo las faltas cometidas (o no) por su equipo. Raúl protestó airadamente estas injusticias y encima le pitaron una técnica (increíble).

Tras varios minutos intensos de partido, que parecían ser eternos, Raúl se encontró en una de las situaciones más difíciles que nunca había vivido. Perdían de un punto a cuatro segundos del final del partido y el árbitro había pitado (por fin) una falta a su favor. El sería el encargado de lanzar los dos tiros libres, o lo que es lo mismo, de darle la ansiada victoria a su equipo.

Raúl era bueno lanzando tiros libres. Había practicado mucho durante el verano y también solía quedarse a realizarlos al final de cada entrenamiento. Pero el momento era muy delicado. Nunca se había encontrado en una situación similar.

Raúl sintió la presión de cientos de ojos posándose sobre él. Notó un ligero temblor en las rodillas, pero lo achacó a la caída que había sufrido precisamente cuando le habían hecho la falta. Miró a la canasta y lanzó el balón. Este rebotó en el aro. Demasiado corto. Es como si se le hubiera encogido el brazo. Su corazón se aceleró, lo mismo que su respiración. Cogió de nuevo el balón entre sus manos, lo hizo botar dos veces y… volvió a fallar. Todo el pabellón se derrumbó sobre sus hombros y sintió el vacío bajo sus pies. No comprendía qué podía haber pasado.

Situaciones como ésta se repiten, más o menos, en cada partido. La falta de la relajación necesaria para descansar bien la noche anterior al partido, la “falsa confianza” que demuestran algunos jugadores que creen más en los gritos y las arengas que en un análisis realista de las fortalezas y debilidades de cada uno, o la poca capacidad para gestionar las emociones y para regular el nivel de activación que les lleva a cometer fallos, perder balones, protestar a los árbitros e incluso enfrentarse personalmente a los rivales. Todos estos aspectos se repiten una y otra vez y, sin embargo, parece que no se les presta la suficiente atención.

Realizar un buen entrenamiento físico, técnico y táctico es muy importante. Pero muchas veces el resultado de todo este trabajo puede verse comprometido por un deficiente entrenamiento psicológico. Variables como la autoconfianza, la motivación, la atención, la gestión emocional, o el nivel de activación afectan al rendimiento deportivo del jugador.

¿Qué habrían dado Raúl y su equipo en esta situación por haberlas entrenado?

Gema Sancho, psicóloga y coach educativa, deportiva y laboral (https://gemasancho.com/)

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